Parte 2 del cuento "El pianista". Para leer la parte 1, ingresá en el siguiente link: https://destino-literario.blogspot.com/2019/07/cuento-el-pianista-parte-1.html
Previamente:
-Yo… ya no puedo
tocar más. He… perdido la pasión por la música.
El pianista.
-Parte 2-
- No debe ser
eso, debe haber otra razón ¿¡verdad, Max!? –Dijo Sam con desesperación-
Solamente está cansado, Frederick.
- ¿Dos años de
cansancio? No lo creo –respondió Kow.
- ¿Estás seguro
de que eso es lo que has perdido? –pregunté a Kow.
- Sí, sin duda.
El piano se ha vuelto caos para mí.
- ¿Y qué ocurre
cuando escuchas música?
- No lo sé.
- Espere, ¿cómo
que no lo sabe? –preguntó Sam.
- No escucho
música desde…
- ¿Desde lo de Nadine?
–interrumpí.
Los ojos de Kow
se abrieron y sus cejas se levantaron; emanaban una tristeza absorbente,
constante y poco saludable. Desvió la mirada,que se perdió en el vació,
buscando desaparecer, desviarse de nuestra realidad, intentando abrazar la no
existencia. Pero fue inevitable, Kow no podía escapar.
- Por favor, no
la menciones –dijo Kow-. Ella no tiene nada que ver con esto.
- ¡No puedes
permitir que termine así! –grité sin escrúpulos.
- Ya ha
terminado, Max.
Estaba furioso,
sin duda. No quería aceptar que Frederick Kow estuviera roto, ni que la música
que antes fluyera por su sangre se hubiese evaporado, ni que ahora se transformara
en el cascarón sin vida del hombre que una vez fue. No lo podía permitir.
- ¿Acaso te
olvidaste quién eres?
- A ver, ¿quién
soy?
- Eres Frederick
Kow.
- No soy nadie,
Max.
- ¿Has olvidado
todo lo que has luchado por la música? ¿Así va a terminar? ¿¡Así va a terminar
la historia de Frederick Kow!? –dije con la voz lacrimosa.
- No importan
esas banalidades… Ya no me queda nada por tocar, ni nadie.
No debía ser
casualidad que su mayordomo lo desafiara y nos entregara la carta, no debían
ser casualidad esas lagrimas en el papel, y -estoy seguro- aunque Kow estaba
sufriendo por mostrarnos su problema con la música, actuó a conciencia. Podría
haberlo ocultado –perfectamente– pero estaba pidiéndonos ayuda.
Costó, pero
logré ver más allá. Al final solo me encontré con un ente triste, solitario e
inerte, sentado aun en ese pequeño banco que lo había visto triunfar durante
toda su carrera. Muchos veían en él un dios en la tierra, una figura a seguir,
fuerte, indomable… pero yo solo veía a un pobre hombre roto, que sufrió lo que
no le desearía ni a mi peor enemigo. Veía en él, a un pobre perrito callejero.
Superficialmente
podía mostrar una gran solidez y fuerza, que no necesitaba sanar y que aceptaba
indefectiblemente su dolor, pero por dentro, sin duda estaba quebrado, solo,
tan solo que únicamente podrías pensar en ayudar a ese perrito. Te acercarías y
le darías tu cariño con todas tus fuerzas, buscarías curarlo aunque sea un
proceso largo y arduo. Pero luego de un tiempo, él, pobre, acabaría partiendo
en su soledad. Quizás por su orgullo, quizás por su pérdida, quizás porque
disfrutaba negarse a ello, porque es más doloroso correr la vista del pasado y
mirar hacia adelante. Entonces, ¿qué éramos Sam y yo en estos momentos? ¿Éramos
sus salvadores?
- Danos una
semana, Kow.
- ¿Una semana?
- Déjanos ayudarte,
prometo que lo resolveremos.
- Estoy bien, de
verdad. No es un problema para mí.
Sam se acercó a
Kow y lo tomó de los hombros. Se colocó cercano a su rostro, y le gritó con
todas sus fuerzas:
- ¡Usted no es
así, Frederick!
Kow se
sorprendió, quizás porque no esperaba una reacción tan explícita y enérgica de
Sam, no después de mostrarnos su interior.Suspiró, levantó su mano izquierda, llevando
consigo el dedo índice, medio y anular hacia arriba.
- Tres días,
nada más. ¿Entendieron?
- ¡Sí! –dijo
Sam.
- Sí -contesté.
La noche acabó
allí para él. El mayordomo nos acompañó a la cámara de huéspedes, la cual se
caracterizaba por ser particularmente grande y fría. Kow la utilizaba para
guardar sus trofeos y premios, también guardaba discos y vinilos clásicos de toda
clase de autores. Los Grammy que conquistó tenían casi la misma belleza que el
primer día, pero no estaban bien cuidados, sino que, puestos en una caja común
y corriente, parecían olvidados y llenos de polvo. Principalmente eran premios del “Grammy Award for Best Classical Contemporary Composition”, Kow se había consagrado en casi todas las variantes dentro del género de música clásica. Era interesante, porque para él ser ganador era algo sencillamente irrelevante; asistía a la entrega de premios por su fiel respeto hacia la música.
Al día
siguiente, nos levantamos a desayunar. El aroma a café negro recién hecho por
la mañana era energizarte, también nos ofreció unos pequeños bombones de
chocolate y frutilla, muy sabrosos. Kow se sentó frente a mí vestido en bata y
con los brazos cruzados. Me miró fijamente esperando a que Sam o yo le
dijéramos algo ingenioso; un plan maquiavélico para “reparar” su falta de
pasión. Entonces decidí interceptarlo con la idea que ayer nos habíamos
formado.
- Bien, iré
directo al grano –dije mientras me frotaba la comisura con un pañuelo–. ¿Por
qué tocabas el piano?
Kow me miró
extrañado, como si le hubiera preguntado algo tan básico como simple de
responder.
- Es obvio, yo
tocaba para...
- Piense la
respuesta, con cuidado- interrumpió Sam.
Mientras Kow
debatía internamente, se tomó su taza de café a tal velocidad que hasta se
quemó la lengua. Sam y yo nos reímos, tímida y silenciosamente, no obstante,
atentos y expectantes por su respuesta.
- Nunca lo había
pensado –determinó Kow.
- Claro que sí,
y sin duda es un buen momento para que lo recuerdes.
- No quiero
–dijo Kow mientras su respiración se agitaba.
- Debes hacerlo.
¡Debes recordar por qué eres pianista!
- No quiero
pensar en la música –dijo Kow mientras se tomaba la cabeza-, no quiero pensar
en el piano, menos aún en las partituras.
- ¡Pero debe
hacerlo, Frederick! –gritó Sam.
- Quiero que
desaparezcan, ¡QUIERO QUE DESAPAREZCAN!
Kow golpeó la
mesa y se refregó el rostro. Los bombones cayeron al suelo, pero ninguno de los
tres reaccionó. Nos mantuvimos en silencio, reflexionando sobre lo acontecido.
¿Qué era lo que detenía a Kow? ¿Por qué esa necesidad de que desaparezca la
música?
Podía intentar
olvidarla, podía vivir en la fantasía de su inexistencia, de que desaparecería de
su vida, pero estaba equivocado: volvería hacia él, de una forma u otra; sea
por mí, por Sam, o por el mismo.
- Tienes que
responderla, Kow. Aunque te duela.
- ¿Por qué me
hacen esto? ¿Acaso les gusta verme sufrir?
- Te estás
destruyendo.
- La música me
está destruyendo.
- No, eres tú.
- Vamos, chicos.
Saben que no es así. Fue una bonita relación, lo sé, pero ha terminado, y así
debía ser. No la necesito.
- ¿Por qué le tienes
tanto miedo? Dímelo.
-
Definitivamente fue mala idea permitirles quedarse en casa.
Kow bajó
lentamente su mirada, lamentándose –desacertadamente– por la decisión que tomó
ayer. Se mantenía levemente encorvado, tenso y frágil. También melancólico;
perdido aún por la partida de su amada; sin duda, para él, no había otro camino
que el de la escapatoria. El inevitable sufrimiento que le acontecía generó una
frialdad ubicua en la mansión, también, un intenso temor por enfrentarse a la
realidad. No pude soportarlo más. Entonces me decidí, debía hacerlo, justo como
habíamos planeado. Me levanté y le hice una seña a Sam, le pedí a Kow que nos
siguiera. Nos dirigimos a su mausoleo de la música. Dentro nos esperaba su
mayordomo con el vinilo que le había solicitado.
- ¿Sabes qué es
esto? –le pregunté a Kow mientras tomaba el vinilo.
- El Concierto
para Piano n.º 21 de Mozart… -respondió.
- Así es, tu
favorita. Ahora la escucharás.
- Me niego
rotundamente –dijo mientras apretaba sus puños-. Me iré de aquí.
Kow volteó, se
acercó a la puerta e intento abrirla: estaba cerrada. El mayordomo había
cumplido su parte del trato. Y todo estaba listo para que el volviera a la
música, y nadie –ni siquiera él mismo– podría detenerlo.
- Alexander, ¡ábreme la puerta! –gritó Kow
furioso.
Nos miró con
temor. Su rostro se había arrugado, sus frías manos golpeaban la puerta sin
cesar gritando el nombre de su mayordomo, las gotas de sudor comenzaban a
plasmarse. No había salida para él. Sanaríamos su agobio por la música, y
evitaríamos su caos con el piano de una forma u otra, sufriría, sin duda, pero
lo volvería un hombre mucho más fuerte. ¿Qué era para Frederick Kow la música?
¿Qué era para Frederick Kow el amor? ¿Qué era para Frederick Kow… el piano?
Considero, un amor de puro fuego, que ahora se mantenía tenue y solitario, y
que debía ser reavivado. Ya era hora de que dejara de ser un pobre perrito
callejero.
- ¡Alexander!
¡Ven ahora mismo! –continuó.
- Reaccione,
¡Frederick Kow! –gritó Sam.
- Chicos, por
favor, -dijo mientras juntaba las manos- esto es mala idea. No me hagan
escuchar, dejen que me vaya, ¡por favor!
No contestamos,
sino que reafirmé lo que ocurriría a continuación:
- De esto te has
perdido los últimos dos años.
Preparé el
gramófono, coloqué el vinilo con delicadeza y acerqué levemente la aguja.
- Tres… dos…
uno.
Muy lentamente,
y mientras Mozart nos deleitaba, su respiración agitada fue decayendo. Sus ojos
se fueron entrecerrando mientras la música fluía luego de tanto tiempo por su
sangre. Y al cabo de unos minutos, Frederick Kow estaba moviendo sus manos como
si fuera él quien estuviese tocando. Una pequeña sonrisa se fue perfilando poco
a poco en su rostro. Ni la tristeza permanente de Kow, ni el fuerte diluvio que
acontecía Rosberry lo expulsaban de esta situación; todo se había vuelto
colorido, y había tomado vida una vez más. Entró en la música, se había perdido
en ese maravilloso mundo y lo estaba disfrutando, como si fuera la primera vez.
Pero al llegar
casi al final, Kow se detuvo. Abrió los ojos y levantó su mano izquierda. Y esa
sensación de frialdad volvió a nacer en mí… toda la belleza que la música
plasmaba se cortó de forma estrepitosa, justo después de presenciar el rostro
de Frederick Kow. Volvió a estar desconcertado, inerte, roto... Encorvó
levemente sus dedos, y miró su palma. Toda esa armonía, se quebró.
-
¡AHHHHHHHHHHHHHH!
Entró en
desesperación, tomó con ímpetu su muñeca izquierda y se colocó en posición
fetal. Sus gritos eran despavoridos y desgarradores, su expresión se tornó
blanquecina, y Frederick Kow se asimilaba más a un muerto en vida, estaba
asustado, y más roto que nunca.
- ¡Detenla, Sam!
–grité.
- ¡Sí!
Sam detuvo el
gramófono, y Kow se calmó, pero aún se mantenía deteriorado por la situación.
- ¿Está bien,
Frederick? –preguntó Sam.
- No –respondió
temblando–, no lo estoy.
- ¿Qué ha ocurrido?
- Tomaba mi
mano.
- ¿Quién?
Como si acabara
de descubrir una composición imposible, respondió:
- Nadine.
-FIN DE LA PARTE 2-
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