Como
primera publicación de mi blog, les traigo el cuento “Fuego interno”. Doy unas pequeñas
pistas a modo de guía:
- Se
recomienda más de una lectura.
- Este cuento es un rompecabezas. El
desarrollo de los acontecimientos están mezclados.
- Cada
palabra tiene peso en la historia.
Agradecería
en caso de ser posible, si compartieras en comentarios o en mi instagram @nicomicha_ una reseña, observación o comentario. Sin
más dilación, comencemos:
"Jamás hay que dejar apagar el fuego de tu alma, sino avivarlo." (Vincent Van Gogh)
Fuego interno.
Carne
roja, humeante. De ella se desprenden vidrios rotos, internos y antiguos. Lo
que una vez me generó ardor, vehemencia y pasión, hoy, con cada sol que se
esconde, me recuerda mi cruda realidad: una maldición.
Mis
dedos se transfiguraban como brasas mutando en cenizas. Las ascuas calcinaban
mis palmas, rematando un desgraciado y consumido rumbo que anhelaba recorrer. La
inexcusable verdad golpeaba mi puerta, rugiendo sin respiro y sin quietud.
Mi
vaporoso e ígneo interior podría disipar centenares de mares sin extinguirse,
haciendo caso omiso a mi cruel y dictaminado camino. Diluvios, cataclismos y
guerras no le quitaban el deber de seguir intentando despertar.
En
sus relucientes tronos, rodeados de oro y facilidades, ellos nos crearon. A
veces pienso en qué se les pasó por la cabeza. Como una estrella fugaz,
aparecimos. Caímos desnudos a la tierra, sin propósito ni desdén. Nos miraron,
probablemente se tapaban la boca mientras se reían a carcajadas de nuestro frío
y delirante destino. Al parecer y muy inocentemente, uno de ellos pensó en
nosotros. Entonces un rayo cayó y desde nuestro interior brotó carmesí, quizás, la última pieza del
rompecabezas. Refulgió existencia, ¿verdad? O acaso…
Trazado
en tiempos vacíos y como una centella celestial, mi resplandor escarlata
floreció. Un decreto divino me brindó, digno de tal protagonista: un talento
innato. Mi sangre emanaba la llamarada pasión. Con intensidad hilos se entrelazaron.
Abrazaron con cariño la llama interna que se me había impregnado: la llama de
un escritor. Mis dedos trazaban cada letra que nacía de mis entrañas, cada
palabra ardía en el papel dejando trazos de fuego interno. Mis pulmones
expulsaban virtuosos aires de ambición, satisfacción y bienestar.
Veía
a lo lejos y con claridad un deslumbrante e inestimable destino por transitar. Creía
tener el control de cada centímetro de mis carnes. Mi razón de respirar, de
tocar y de sentir. De llegar a miles de ojos, ser maestro, ser mentor… ser
todo.
Pero
ellos tenían otros planes para mí. Y como un atisbo disfrazado de azar, mi
momento llegó. Me torné un ser imperfecto, incompleto. Mi sueño y razón de
vivir se truncó, enlazado, al destino de mi escarlata. Entonces deduje lo infame
que él fue cuando nos dotó de nuestro rojo e intenso carmesí. Una maldición camuflada de inocencia.
Con
mis ojos la contemplé: quebrada, envejecida, casi tenue. Pedía a gritos un poco
de amor y calidez. Determiné su final. Abandoné así el camino de mi
desafortunado y desangrado destino.
Las
agujas del reloj giraban sin cesar. Observaba las llamas forasteras. Algunas rápidamente
frágiles y débiles, otras, lentamente astutas y fuertes. Ninguna se sentía como
la mía, muerta y quebrada.
El
tiempo se dispersó. Mi conciencia se esfumó a un segundo plano de inexistencia,
de agonía y de tristeza. Hubiera sido más sincero rendirme y bañarme en mi
melancolía.
Pero
al parecer sus designios no habían terminado. Me ofrecieron algo, y todo cambió.
Las
sombras vivas que se reflejaban en el vasto camino de la realidad
desaparecieron, todas, a excepción de la mía. Me convertí en el único ser humano de la tierra.
Los
vientos soplaban en la ruin y solitaria existencia. Las maravillas
arquitectónicas humanas envejecían y se caían como escombros, denotando la
falta de vida que circulaba por los lares. Pero… nada de eso importaba, al fin,
estaba completo otra vez.
En
la máxima soledad me reí del curioso destino que ellos me habían deparado.
Pequé
de ingenuo. Cada segundo y cada minuto mi llama había estado ahí, empujando para
despertar otra vez. La miré, tan roja, tan intensa, tan bella, tan viva…
Entonces la abrace y mi carmesí
volvió a crecer.
Llegó
un punto en el que ya no aguanté más. Mi pecho dolía tan fuerte como lo quemante
de mi fuego interno, pero yo estaba solo, completamente solo. Nadie podía leer
sobre mis aventuras y odiseas, sobre mi ficción y mi creación, sobre mí, sobre
mi mundo.
Me
postré ante el cielo y oré. Imploré, con rugidos internos, que parara de quemar.
Nunca me atendieron. El ardor nunca se detuvo.
Y
aquí me encuentro, transitando el abollado camino que me fue predestinado.
En
mis días de luto carmesí, recibí,
como un rayo enceguecedor, un dispositivo con una carta:
“Tienes dos opciones.
Si presionas el botón: recuperarás tus
manos.
Pero a costa de un gran precio.
Si no, puedes cerrar la caja y tirarla a
la basura.
Puedes olvidarlo para siempre.
Igualmente, ese nunca fue tu destino.
Y aunque aprietes el botón, nunca lo
será.
Que tengas suerte.
Atte.
Sr.X”
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