martes, 9 de julio de 2019

Cuento: Fuego interno.


Como primera publicación de mi blog, les traigo el cuento “Fuego interno”. Doy unas pequeñas pistas a modo de guía:

- Se recomienda más de una lectura.

- Este cuento es un rompecabezas. El desarrollo de los acontecimientos están mezclados.

- Cada palabra tiene peso en la historia.

Agradecería en caso de ser posible, si compartieras en comentarios o en mi instagram @nicomicha_ una reseña, observación o comentario.  Sin más dilación, comencemos:

"Jamás hay que dejar apagar el fuego de tu alma, sino avivarlo.(Vincent Van Gogh)


Fuego interno.


Carne roja, humeante. De ella se desprenden vidrios rotos, internos y antiguos. Lo que una vez me generó ardor, vehemencia y pasión, hoy, con cada sol que se esconde, me recuerda mi cruda realidad: una maldición.
Mis dedos se transfiguraban como brasas mutando en cenizas. Las ascuas calcinaban mis palmas, rematando un desgraciado y consumido rumbo que anhelaba recorrer. La inexcusable verdad golpeaba mi puerta, rugiendo sin respiro y sin quietud.
Mi vaporoso e ígneo interior podría disipar centenares de mares sin extinguirse, haciendo caso omiso a mi cruel y dictaminado camino. Diluvios, cataclismos y guerras no le quitaban el deber de seguir intentando despertar.
En sus relucientes tronos, rodeados de oro y facilidades, ellos nos crearon. A veces pienso en qué se les pasó por la cabeza. Como una estrella fugaz, aparecimos. Caímos desnudos a la tierra, sin propósito ni desdén. Nos miraron, probablemente se tapaban la boca mientras se reían a carcajadas de nuestro frío y delirante destino. Al parecer y muy inocentemente, uno de ellos pensó en nosotros. Entonces un rayo cayó y desde nuestro interior brotó carmesí, quizás, la última pieza del rompecabezas. Refulgió existencia, ¿verdad? O acaso…
Trazado en tiempos vacíos y como una centella celestial, mi resplandor escarlata floreció. Un decreto divino me brindó, digno de tal protagonista: un talento innato. Mi sangre emanaba la llamarada pasión. Con intensidad hilos se entrelazaron. Abrazaron con cariño la llama interna que se me había impregnado: la llama de un escritor. Mis dedos trazaban cada letra que nacía de mis entrañas, cada palabra ardía en el papel dejando trazos de fuego interno. Mis pulmones expulsaban virtuosos aires de ambición, satisfacción y bienestar.
Veía a lo lejos y con claridad un deslumbrante e inestimable destino por transitar. Creía tener el control de cada centímetro de mis carnes. Mi razón de respirar, de tocar y de sentir. De llegar a miles de ojos, ser maestro, ser mentor… ser todo.
Pero ellos tenían otros planes para mí. Y como un atisbo disfrazado de azar, mi momento llegó. Me torné un ser imperfecto, incompleto. Mi sueño y razón de vivir se truncó, enlazado, al destino de mi escarlata. Entonces deduje lo infame que él fue cuando nos dotó de nuestro rojo e intenso carmesí. Una maldición camuflada de inocencia.
Con mis ojos la contemplé: quebrada, envejecida, casi tenue. Pedía a gritos un poco de amor y calidez. Determiné su final. Abandoné así el camino de mi desafortunado y desangrado destino.
Las agujas del reloj giraban sin cesar. Observaba las llamas forasteras. Algunas rápidamente frágiles y débiles, otras, lentamente astutas y fuertes. Ninguna se sentía como la mía, muerta y quebrada.
El tiempo se dispersó. Mi conciencia se esfumó a un segundo plano de inexistencia, de agonía y de tristeza. Hubiera sido más sincero rendirme y bañarme en mi melancolía.
Pero al parecer sus designios no habían terminado. Me ofrecieron algo, y todo cambió.
Las sombras vivas que se reflejaban en el vasto camino de la realidad desaparecieron, todas, a excepción de la mía. Me convertí en el único ser humano de la tierra.
Los vientos soplaban en la ruin y solitaria existencia. Las maravillas arquitectónicas humanas envejecían y se caían como escombros, denotando la falta de vida que circulaba por los lares. Pero… nada de eso importaba, al fin, estaba completo otra vez.
En la máxima soledad me reí del curioso destino que ellos me habían deparado.
Pequé de ingenuo. Cada segundo y cada minuto mi llama había estado ahí, empujando para despertar otra vez. La miré, tan roja, tan intensa, tan bella, tan viva… Entonces la abrace y mi carmesí volvió a crecer.
Llegó un punto en el que ya no aguanté más. Mi pecho dolía tan fuerte como lo quemante de mi fuego interno, pero yo estaba solo, completamente solo. Nadie podía leer sobre mis aventuras y odiseas, sobre mi ficción y mi creación, sobre mí, sobre mi mundo.
Me postré ante el cielo y oré. Imploré, con rugidos internos, que parara de quemar. Nunca me atendieron. El ardor nunca se detuvo.
Y aquí me encuentro, transitando el abollado camino que me fue predestinado.
En mis días de luto carmesí, recibí, como un rayo enceguecedor, un dispositivo con una carta:

Tienes dos opciones.
Si presionas el botón: recuperarás tus manos.
Pero a costa de un gran precio.
Si no, puedes cerrar la caja y tirarla a la basura.
Puedes olvidarlo para siempre.
Igualmente, ese nunca fue tu destino.
Y aunque aprietes el botón, nunca lo será.
Que tengas suerte.
Atte. Sr.X”

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