El breve cuento
de “El gesto de la Muerte” ha encontrado a los largo de los siglos numerosas
versiones -la más difundida sea quizá la de Jean Cocteau-, una de las cuales
damos a conocer aquí, luego de la del autor francés.
El gesto de la Muerte -original-.
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
―¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
―Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
―No fue un gesto de amenaza ―le responde― sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
Aspecto alejado
de la Muerte.
Por la mañana, y luego de una embriagada noche de copas duras y poco sueño,
el esquelético Jean, desnudo, había despertado a la vuelta del castillo del
príncipe, y era cruelmente víctima de una demoníaca resaca. No se le ocurrió
mejor idea que entrar al jardín principal del castillo en estado de edén.
Encontró luego de escabullirse de los guardias, una pequeña cabaña entre las
bellas orquídeas violetas. El esquelético Jean, descalzo, rompió a la fuerza la
puerta de la cabaña, y entró sin siquiera preocuparse por su propio bienestar.
Fue ruidoso, más que un elefante en plena pelea con un pequeño ratón. Husmeó
entre los estantes, buscando algo de ropa para no ir de exhibicionista por el
pueblo, cuando encontró una túnica negra de tela rasgada, con una gran capucha
que le taparía los ojos. Su altura abominable permitía que la capa no le
llegara a los pies, dejándolos expuestos. Su exagerada delgadez hacía ver sus
dedos huesudos y frágiles como si no tuviera piel, y esta misma se había
transfigurado en una palidez extrema, a causa de la resaca. No había nada para
comer, tampoco nada para beber, y el esquelético Jean se estaba embriagando de
furia. Tomó una pequeña guadaña, que visibilizó previamente, y se preparó para
destruir los sembrados del jardín del rey. Cuando, de pronto, un joven entró en
la cabaña. Tenía aspecto de jardinero. El joven se quedó paralizado al ver a un ser alto vestido con una
túnica negra, encapuchado, y guadaña en mano. Jean, muy sabio y sediento, estiró
sus dedos secos e intentó pronunciar la palabra: “agua”. Pero solo salió de su
boca aliento helado, y el joven jardinero corrió despavorido. El esquelético
Jean pensó en lo poco amable de aquel jardinero. Lo insultó internamente y lo
trató de oligarca, e incluso, escupió dentro de la cabaña.
Encontró un lugar que parecía cómodo, y se tiró a dormir durante un par de
horas. Cuando despertó, la cabaña estaba rodeada.
- ¡Salga de allí! -gritó un hombre con voz prominente.
Salió de la cabaña, aun con la túnica puesta y con
guadaña en mano. Había unos diez guardias afuera, y en el centro, un hombre
vestido de ropaje elegante.
- Este es el hombre, príncipe -dijo uno de los guardias.
- ¿Tú te osas llamar la Muerte? -preguntó el príncipe–. Por tu culpa mi
jardinero ha partido hacia Ispahán, tendré que despedirlo.
A nuestro amigo se le ocurrió una idea majestuosa: si era la Muerte,
obtendría beneficios del príncipe y del rey, y podría beber y comer todo lo que
deseara.
- Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
- No fue un gesto de amenaza -respondió Jean intentando mostrar
intelectualidad- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta
mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
Estiró su brazo, como lo había hecho con el jardinero, y el joven príncipe
no pudo evitar hacer la siguiente pregunta:
- ¿Con ese disfraz?
Todos rieron, Jean rio y pidió agua otra vez, y a la mañana siguiente, fue
colgado en el centro del pueblo.
FIN.
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