jueves, 29 de agosto de 2019

Cuento: Aspecto alejado de la Muerte.


El breve cuento de “El gesto de la Muerte” ha encontrado a los largo de los siglos numerosas versiones -la más difundida sea quizá la de Jean Cocteau-, una de las cuales damos a conocer aquí, luego de la del autor francés.

El gesto de la Muerte -original-.
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
―¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
―Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
―No fue un gesto de amenaza ―le responde― sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Aspecto alejado de la Muerte.

Por la mañana, y luego de una embriagada noche de copas duras y poco sueño, el esquelético Jean, desnudo, había despertado a la vuelta del castillo del príncipe, y era cruelmente víctima de una demoníaca resaca. No se le ocurrió mejor idea que entrar al jardín principal del castillo en estado de edén. Encontró luego de escabullirse de los guardias, una pequeña cabaña entre las bellas orquídeas violetas. El esquelético Jean, descalzo, rompió a la fuerza la puerta de la cabaña, y entró sin siquiera preocuparse por su propio bienestar. Fue ruidoso, más que un elefante en plena pelea con un pequeño ratón. Husmeó entre los estantes, buscando algo de ropa para no ir de exhibicionista por el pueblo, cuando encontró una túnica negra de tela rasgada, con una gran capucha que le taparía los ojos. Su altura abominable permitía que la capa no le llegara a los pies, dejándolos expuestos. Su exagerada delgadez hacía ver sus dedos huesudos y frágiles como si no tuviera piel, y esta misma se había transfigurado en una palidez extrema, a causa de la resaca. No había nada para comer, tampoco nada para beber, y el esquelético Jean se estaba embriagando de furia. Tomó una pequeña guadaña, que visibilizó previamente, y se preparó para destruir los sembrados del jardín del rey. Cuando, de pronto, un joven entró en la cabaña. Tenía aspecto de jardinero. El joven se quedó paralizado al ver a un ser alto vestido con una túnica negra, encapuchado, y guadaña en mano. Jean, muy sabio y sediento, estiró sus dedos secos e intentó pronunciar la palabra: “agua”. Pero solo salió de su boca aliento helado, y el joven jardinero corrió despavorido. El esquelético Jean pensó en lo poco amable de aquel jardinero. Lo insultó internamente y lo trató de oligarca, e incluso, escupió dentro de la cabaña.

Encontró un lugar que parecía cómodo, y se tiró a dormir durante un par de horas. Cuando despertó, la cabaña estaba rodeada.

- ¡Salga de allí! -gritó un hombre con voz prominente.

Salió de la cabaña, aun con la túnica puesta y con guadaña en mano. Había unos diez guardias afuera, y en el centro, un hombre vestido de ropaje elegante.

- Este es el hombre, príncipe -dijo uno de los guardias.

- ¿Tú te osas llamar la Muerte? -preguntó el príncipe–. Por tu culpa mi jardinero ha partido hacia Ispahán, tendré que despedirlo.

A nuestro amigo se le ocurrió una idea majestuosa: si era la Muerte, obtendría beneficios del príncipe y del rey, y podría beber y comer todo lo que deseara.

- Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

- No fue un gesto de amenaza -respondió Jean intentando mostrar intelectualidad- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Estiró su brazo, como lo había hecho con el jardinero, y el joven príncipe no pudo evitar hacer la siguiente pregunta:

- ¿Con ese disfraz?

Todos rieron, Jean rio y pidió agua otra vez, y a la mañana siguiente, fue colgado en el centro del pueblo.

FIN.

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