sábado, 10 de agosto de 2019

Cuento: Dividido.

DIVIDIDO.

"No hay tal cosa como la paranoia, la realidad es siempre mucho peor de lo que te imaginas."
Hunter S. Thompson


El joven James estaba en crisis. Desde hacía varios días sentía que algo no cuadraba, no tenía ni idea de qué podía ser. Tenía una leve sospecha, sobre todo porque notaba algo extraño en la gente. La inerte falsedad casi omnipresente le generó una fuerte opresión en el pecho. La primera conclusión que sacó fue que era culpa de los divididos, qué se parecían –cada vez más– a los humanos.

Conseguir un dividido era barato y simple. Para obtenerlo debías pasar por un análisis psicológico, pagar un equivalente a unos tres mil dólares, y ya seria tuyo. Al momento de la creación debías elegir qué rasgos de tu personalidad debía mantener el dividido, también qué recuerdos debían permanecer en su cabeza; luego, hacían un escáner de tu físico, y ¡voilà!, ya tenías tu clon.

Para algunos era un esclavo, para otros la oportunidad de cumplir ciertas fantasías extrañas –como hacer el amor con el dividido de un famoso, o hacerse el amor a uno mismo–, pero la mayoría los usaba para tareas más cotidianas; si no podían asistir a una reunión, por ejemplo, podían enviar a su dividido a encargarse de ello. Eran muy comunes, llegaron al punto absurdo de ser idénticos a nosotros. Un dividido podría hacerse pasar perfectamente por ti y nadie se daría cuenta. Sería algo interesante de ver, ¿verdad?

A James le daba temor y un gran repelús los divididos. Sentía que algún día –por arte de magia– llegarían a poseer libre albedrío, romperían su sistema y dominarían el mundo. Una conclusión así sería algo conspiranoico y objetivamente imposible. Pero como dije antes, había algo que a James no le cuadraba, algo que lo dejaba extremadamente intranquilo y que no le permitía dormir por las noches. Había sentido, en más de una ocasión, que el mundo que lo rodeaba estaba falto de vida.

Al salir del trabajo se dirigía al parque que quedaba justo en frente, debía esperar unas dos horas antes de ir a buscar a Tomas a la escuela. Se sentaba en un banco y se ponía a observar a la gente. 

A veces, cuando se ponía a leer el diario, sentía que el tiempo se detenía a su alrededor, y desde la comisura del ojo, veía cómo los transeúntes se frenaban por completo y lo penetraban con la mirada, algo que a él lo ponía extremadamente nervioso. Cuando esta sensación lo invadió por primera vez, un mal augurio en él emergió de la manera más disimulada, cruda y oprimente. En tan solo unos meses, esas emociones se volvieron más fuertes que él. Dudaba de la veracidad de su intuición, claro, pero sabía que había algo extraño. 

No había ninguna posibilidad de que no lo hubiera. Gracias a la constancia y a la rutina, había conseguido una nueva herramienta, una que –él consideraba– podía volverse su perdición. Desde su observatorio, de golpe comenzó a ver patrones, armoniosos y absurdamente perfectos: veía siempre a la misma gente, siempre caminar del mismo modo, a la misma hora, y vestidos exactamente igual.
«¿Podría ser que me he vuelto el único humano en la tierra? ¿O me estaré volviendo loco?» Poco a poco, las dudas lo carcomían. 


Un día entró en tal desesperación y euforia, que se olvidó por completo de ir a buscar a Tomas. Unas dos horas antes de lo que acostumbraba volvió a casa. Al entrar, quedó paralizado, Tomas estaba sentado en el sofá mirando la televisión, y esto no tenía sentido alguno. Se espabiló, y enfrentó al pequeño Tomas, «¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en la escuela?»

Tomas lo miró dubitativo. Comenzó a reírse, y le preguntó a James por qué le planteaba eso, si fue el mismo quien lo había pasado a buscar. Miró la hora, eran las seis de la tarde. Tomas parecía tener razón. James posó su mano en su frente, asintió con la cabeza y suspiró con evidente cansancio –creía el– por culpa del trabajo. 

Entonces, a la noche, se metió en la cama y se quedó pensando mientras abrazaba a su esposa. Tenía que sacarse la duda; algo estaba ocurriendo, algo pasaba, incluso ella podría ser parte de todo esto.
Al día siguiente, repitió la acción. Después del trabajo, antes de retirar a Tomas de la escuela y una hora antes de lo habitual, regresó a su casa para comprobar por sí mismo qué podía estar ocurriendo durante su ausencia.

Se acercó con cautela a la ventana y corrió con delicadeza la cortina. Tomas estaba allí, otra vez sentado en el sofá y viendo la televisión. James cerró el puño y contrajo el rostro, furioso. Esta vez se enfrentaría de otra forma; pretendía llegar al final del asunto. Se acercó a la puerta y la abrió con violencia. Detrás estaba su esposa, esperándolo con una sonrisa cínica. Se inclinó levemente y tomó la bolsa que James tenía en sus manos.«Gracias por la leche, cariño», dijo.

James entró en crisis, su mirada se clavaba en distintos puntos de manera alarmante, ¡el no había comprado ninguna leche! Tampoco tenía una bolsa en sus manos. Se estaba volviendo loco o todos conspiraban en su contra. Salió corriendo de su casa, miró al cielo, aún más alterado: hasta hace un momento eran las tres de la tarde, ahora, plácida, la luna brillaba contra él. James corrió y no dejó de correr hasta chocar a un transeúnte, que sorpresivamente se esfumó en el aire.

Se asustó aún más y lloró, como nunca antes. Continuó corriendo, y parecía como si nunca se fuera a cansar, como si nunca le faltara el aire. Las calles comenzaron a perder color, y los transeúntes lo penetraron con la mirada, esta vez explícitamente. Los espacios comenzaron a deformarse, las calles ya no se veían como tal, sino que cada vez aparecían más y más huecos bajo sus pies; sin fin, cada uno era un abismo oscuro e infinito. James sentía que iba a morir, porque ahora el suelo comenzó a hundirse. Lo esquivó cuanto pudo, hasta que fue inevitable.

Cayó al vacío, solo había absoluta oscuridad. A lo lejos podía ver como su esposa y su hijo lo miraban desde arriba, sonriendo plácidamente, y atravesándolo con la mirada. 
Hasta que todo se tornó negro.

- Alerta. Fallo en la simulación. Alerta. Fallo en la simulación. Alerta… -pronunció una voz robótica.
El viejo James se despertó en una cápsula rojo sangre, la palabra “Alerta” se plasmaba en cada esquina. Intentó hablar, pero no tenía voz; intentó golpear la capsula, pero no tenía fuerzas; lo intentó todo, pero nada fue posible. Y así como su juventud se había desvanecido hacía ya varios años, su físico no se adecuaba a su mente.

-Menuda mierda, se ha despertado –dijo el científico-. Te dije que le borraras el curioseo, nunca me haces caso.

- No volverá a ocurrir –dijo la científica–. Esta vez estará controlado.

- ¿Cuánto le queda ya a este tipo?

- Unos quince años más, diría yo.

- Lo tiene bien merecido, maldito asesino.

- Al menos su esposa no se mantendrá sola.

- ¿Ella aun no lo nota, después de tanto tiempo?

- Claro que no, él y su hijo son de última generación.

- Cierto, ni cuenta se dará.

- Ponlo a dormir.

- ¿No sería mejor borrarle la memoria antes?

- ¿Para qué? Ya verás lo divertido que será.

- ¿Esta vez no despertará?

- No, no lo creo.


FIN.

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