El pianista es un cuento largo dividido en varias partes, que sera publicado -a medida de lo posible- de forma semanal. Estaría agradecido que me dejaras tu reseña/feedback/comentario aquí en mi blog, o en mi instagram: @nicomicha_
Sin mas dilación, comencemos:
"La música es un estallido del alma." (Frederick Delius)
El pianista.
-Parte 1-
-Parte 1-
En
el ínterin de una noche, en pleno invierno gris y en el casi abrumador cambio
de milenio, había transitado junto a Sam la solida pero perdida calle de
Rosberry, la cual recordábamos con plenitud por la abundante cantidad de veces
que la habíamos recorrido, hipnotizados eternamente por las melodías que
provenían del final de la vía, justo donde se ubicaba la mansión del
extravagante pianista Frederick Kow, que había abierto con su magia hasta el
corazón más oscuro e inalcanzable.
Pero
la eternidad es engañosa. El ahora silencio crudo y absoluto de Rosberry
enmarcaba una crisis imponente en la vida de Kow.
No
sé qué ocurrió, pero cuando eche un vistazo a la mansión de Kow, noté que emanaba
una frigidez constante de la cual yo no estaba familiarizado. Algo se había
apoderado de mí ser; me había quedado completamente paralizado, a pesar del
exceso de vida y belleza que rodeaba la mansión, la frialdad absorbió mi corazón, como si el
vacío puro y existencial fuera contagioso, como si la mansión de tres pisos de
perfecto blanco bordeada de oro solido, no significara nada, y sentir como si estuviera
completamente fuera de lugar, como si algo, claramente, no perteneciera a allí.
Habíamos
sido invitados a pasar la noche. Entonces proyectamos la fantasía adolescente
de deleitarnos por las composiciones musicales del gran Frederick Kow, sobre lo
cual sin duda deliberamos inequívocamente. La súbita y repentina partida hacia
el más allá de la señorita Nadine era desde luego un hecho sustancial que
estimuló la desaparición de Kow en el mundo contemporáneo. Su evidente
aislamiento aterrorizó a los medios de comunicación por más de una temporada. Ni
siquiera Sam o yo teníamos permitido verlo. Constantemente negaba, de la forma
más cruda y directa posible, cualquier intento de visitarlo.
Hacía
exactamente tres días, en vísperas de navidad y en familia, recibimos la
inesperada visita de un hombre de eminente altura, dotado de un portaje
elegante y con un largo pero fino bigote. No tardó en quitarse su sombrero de
copa alta para reverenciarse frente a nosotros. Con este gesto cordial pero
impregnado de maciza melancolía, nos entregó un sobre cerrado con el remitente
de Frederick Kow.
No
fue hasta una hora más tarde, cuando el momento del descanso había llegado para
mis niños, que pude descubrir el intrigante contenido del sobre. La carta tenía
fecha de hacía seis meses, e iba dirigida a mí y a Sam. El espíritu depresivo
de Kow se plasmaba en la caligrafía. Las manchas justo debajo de su firma
generaban en ambos escalofríos continuos; acabamos reflexionando, luego de
horas de mirar el contenido del manuscrito, que las manchas eran las lágrimas
de Kow.
Querido Sam. Querido
Max.
Me encuentro perdido,
sin esperanza y muy desorientado. Solo veo oscuridad por todas partes.
Agradecería su visita.
Los veré en Rosberry,
quédense la noche a beber como en los viejos tiempos.
Atte. Frederick Kow.
Aun
en mi parálisis, opté por buscar la lógica de mi violenta sensación de vacío
puro, era extraño, porque todo se veía, sin duda, como algo plausible y
perfecto. Los árboles ornamentales de hojas rojas, verdes y amarillas rodeaban
toda la calle de Rosberry; unas bellas orquídeas violetas rompían la estructura
y simetría, y todo apuntaba justo al final de la vía, donde la entrada a la
casa era de cancelas de perfecta armonía,con estructura victoriana y de un oro
macizo y brillante, y donde cualquiera –a excepción de mí y de Sam– estaría
retorciéndose de placer por semejante imagen. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué
siento esa sensacion de incertidumbre?
Sin
terminar aún mi reflexión, el estado de trance al cual entré se cortó
repentinamente, el hombre de portaje elegante que nos entregó la carta de Kow
me despertó de un sueño que parecía no tener fin, esta vez se presentó sin
escrúpulos como su mayordomo.
Luego
de la presentación, recorrimos el corto camino restante hacia la mansión, el
mayordomo se encargó de abrir la puerta mientras un leve aroma dulce y frutal
provenía desde el interior de la casa. Al entrar, la nostalgia me absorbió. Recordé
tiempos pasados que –creíamos nosotros- eran mucho mejores que los actuales. Y
fue en ese instante en el que miré la escalera caracol y pude ver desde debajo a
Kow, inmovilizado, con una expresión que, a ciencia cierta, atemorizaría a
cualquiera, y fue gracias a esto que entendí el porqué sentía que algo estaba
fuera de lugar. Faltaba el último detalle y el más importante: la música. Las
sonatas de música clásica que deleitaban nuestros oídos, o las composiciones
llenas de alegría y felicidad que tocaba Kow, se tornaron en un silencio
penetrante y asfixiante, que quebrajaba lentamente mis recuerdos y fantasías,
colocándome en un limbo que me hacia debatir entre querer volver al pasado o
querer reparar el futuro.
Kow
bajó lentamente por las escaleras, su mirada se perdía mientras sus frágiles
dedos tocaban la baranda de roble macizo, levemente encorvado y con sus ojos
entrecerrados, Kow posó frente a nosotros. Estaba claramente desmejorado; se
estaba quedando calvo y había ganado más arrugas de las que uno podría pensar. Olía
mal, como si no se bañara desde hacía varios días; sus uñas largas y su
vestimenta de entrecasa me daban a entender que nuestra visita fue
completamente inesperada.
Con
una leve sonrisa y posando su mano izquierda detrás de su cabeza, Kow nos
saludó. Emanaba una melancolía inerte, y que transmitía, además, una recata incomodidad.
Cordialmente nos ordenó pasar al living, pidiéndole al mayordomo que nos
abasteciera de algo para beber y nos llevara al salón. Cerró con un “si me
disculpan”, para proceder al aseo y presentarse debidamente ante nosotros.
Las
luces amarillas del espacioso salón y los muebles de madera con toques
floreados combinaban a la perfección con una antigua araña colgante de cristal,
que emanaba una belleza y una claridad asombrosa. Una hora más tarde, luego de
disfrutar de un vino añejo de los años treinta, Kow, ya perfumado, bañado y con
una camisa verde opaco, se perfiló frente a nosotros para darnos, ahora sí, un
abrazo de bienvenida. El primero en recibirlo fue Sam, pude notar la felicidad
en su rostro por abrazar a su amigo luego de tanto tiempo, cuando fue mi turno
me sentí ferozmente extrañado. Kow me estaba imbuyendo su interior, como si
estuviese esperando el socorro desde hace muchísimo tiempo, como si estuviese
gritando pedidos de auxilio internos, y que este abrazo –reflexioné-, era un
descargo de una opresión constante que vivía día tras día.
-¿En qué puedo ayudarlos, caballeros?
–preguntó Kow.
-
Recibimos su carta –contestó Sam-. Estamos aquí para ayudarlo, Frederick.
-
¿A qué carta se refieren?
-
A esta misma –contesté mientras le entregaba el sobre.
Kow
miró la carta y expresó rabia, cerró con fuerza su puño mientras miraba
fijamente al mayordomo, el cual estaba justo detrás de nosotros.
Luego
de una espera un tanto larga; de unos dos minutos de absurdo silencio, Kow se giró
e hizo un gesto para que lo siguiéramos a su mausoleo de la música. Nos demandó
que los hechos que acontecerían ahora deberían ser privados, y que no debían
salir de esta mansión bajo ninguna circunstancia.
El
salón pertenecía a tiempos pasados, los instrumentos armónicos y clásicos de
orquesta estaban dispersos pero ordenados por todo el mausoleo, los cuadernos
repletos de partituras estaban apilados en estanterías, ordenados a la
perfección de la A a la Z. Y justo en el centro, donde el foco de luz roja
apuntaba a la estrella de la noche, estaba su piano de cola; su primer piano de
cola, heredado directamente de su difunto padre. El que cuidó durante décadas y
el que se mantuvo a su lado, el cual lo vio crecer en todos los sentidos
posibles, exactamente como… ella. Kow tomó su banqueta y se sentó. Irguió su
espalda y extendió sus brazos, listo para tocar. Y la
emoción en mí volvió a nacer, y la nostalgia volvió a actuar, y recordé
precisamente los momentos donde Kow expulsaba fuego interno, siempre junto a Nadine,
siempre haciéndola sonreír indefectiblemente de la situación. Incluso cuando la
madre de Nadine falleció, Kow tocó para su esposa, y gracias a él, ella pudo despedirla.
Gran parte del día, cuando el no componía, Nadine se recostaba en la caja del
piano y disfrutaba por horas de la pura pasión que él derrochaba, haciéndola
volar hacia un mundo de sentimientos y sensaciones.
Pero
esta vez nada ocurrió, solo silencio. Durante cinco minutos tensos de vacio
absoluto, sus dedos se quedaron en la misma posición. Y los temblores comenzaron
a evidenciarse, las gotas de sudor frías y tristes se plasmaron, y del rostro
de Kow emergieron represión, depresión y un mal augurio. Y nada quedaba ya de
aquel derroche de pasión que en el pasado emanaba de él, solo silencio, un
silencio falto de sangre.
Sam
y yo nos quedamos impactados, no sabíamos qué hacer ante semejante situación, era
la primera vez que nos encontrábamos en una situación así en sus treinta años
de carrera, jamás nada parecido.
Kow
se llevo la mano a su boca, reteniendo las ganas de vomitar, para luego
culminar:
-Yo…
ya no puedo tocar más. He… perdido la pasión por la música.
-FIN DE LA PARTE 1-
Para leer la parte 2, ingresá a este link:https://destino-literario.blogspot.com/2019/07/cuento-el-pianista-parte-2.html
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Fascinante como en tu texto expresas, no sólo con el fondo y la letra, sino con la redacción, lo fúnebre de la historia, me gustaría seguir leyéndote.
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