lunes, 29 de julio de 2019

Cuento: El pianista - parte 2 -.


Parte 2 del cuento "El pianista". Para leer la parte 1, ingresá en el siguiente link: https://destino-literario.blogspot.com/2019/07/cuento-el-pianista-parte-1.html

Previamente:

-Yo… ya no puedo tocar más. He… perdido la pasión por la música.



El pianista.


-Parte 2-



- No debe ser eso, debe haber otra razón ¿¡verdad, Max!? –Dijo Sam con desesperación- Solamente está cansado, Frederick.

- ¿Dos años de cansancio? No lo creo –respondió Kow.

- ¿Estás seguro de que eso es lo que has perdido? –pregunté a Kow.

- Sí, sin duda. El piano se ha vuelto caos para mí.

- ¿Y qué ocurre cuando escuchas música?

- No lo sé.

- Espere, ¿cómo que no lo sabe? –preguntó Sam.

- No escucho música desde…

- ¿Desde lo de Nadine? –interrumpí.

Los ojos de Kow se abrieron y sus cejas se levantaron; emanaban una tristeza absorbente, constante y poco saludable. Desvió la mirada,que se perdió en el vació, buscando desaparecer, desviarse de nuestra realidad, intentando abrazar la no existencia. Pero fue inevitable, Kow no podía escapar.

- Por favor, no la menciones –dijo Kow-. Ella no tiene nada que ver con esto.

- ¡No puedes permitir que termine así! –grité sin escrúpulos.

- Ya ha terminado, Max.

Estaba furioso, sin duda. No quería aceptar que Frederick Kow estuviera roto, ni que la música que antes fluyera por su sangre se hubiese evaporado, ni que ahora se transformara en el cascarón sin vida del hombre que una vez fue. No lo podía permitir.

- ¿Acaso te olvidaste quién eres?

- A ver, ¿quién soy?

- Eres Frederick Kow.

- No soy nadie, Max.

- ¿Has olvidado todo lo que has luchado por la música? ¿Así va a terminar? ¿¡Así va a terminar la historia de Frederick Kow!? –dije con la voz lacrimosa.

- No importan esas banalidades… Ya no me queda nada por tocar, ni nadie.

No debía ser casualidad que su mayordomo lo desafiara y nos entregara la carta, no debían ser casualidad esas lagrimas en el papel, y -estoy seguro- aunque Kow estaba sufriendo por mostrarnos su problema con la música, actuó a conciencia. Podría haberlo ocultado –perfectamente– pero estaba pidiéndonos ayuda.

Costó, pero logré ver más allá. Al final solo me encontré con un ente triste, solitario e inerte, sentado aun en ese pequeño banco que lo había visto triunfar durante toda su carrera. Muchos veían en él un dios en la tierra, una figura a seguir, fuerte, indomable… pero yo solo veía a un pobre hombre roto, que sufrió lo que no le desearía ni a mi peor enemigo. Veía en él, a un pobre perrito callejero.

Superficialmente podía mostrar una gran solidez y fuerza, que no necesitaba sanar y que aceptaba indefectiblemente su dolor, pero por dentro, sin duda estaba quebrado, solo, tan solo que únicamente podrías pensar en ayudar a ese perrito. Te acercarías y le darías tu cariño con todas tus fuerzas, buscarías curarlo aunque sea un proceso largo y arduo. Pero luego de un tiempo, él, pobre, acabaría partiendo en su soledad. Quizás por su orgullo, quizás por su pérdida, quizás porque disfrutaba negarse a ello, porque es más doloroso correr la vista del pasado y mirar hacia adelante. Entonces, ¿qué éramos Sam y yo en estos momentos? ¿Éramos sus salvadores?

- Danos una semana, Kow.

- ¿Una semana?

- Déjanos ayudarte, prometo que lo resolveremos.

- Estoy bien, de verdad. No es un problema para mí.

Sam se acercó a Kow y lo tomó de los hombros. Se colocó cercano a su rostro, y le gritó con todas sus fuerzas:

- ¡Usted no es así, Frederick!

Kow se sorprendió, quizás porque no esperaba una reacción tan explícita y enérgica de Sam, no después de mostrarnos su interior.Suspiró, levantó su mano izquierda, llevando consigo el dedo índice, medio y anular hacia arriba.

- Tres días, nada más. ¿Entendieron?

- ¡Sí! –dijo Sam.

- Sí -contesté.

La noche acabó allí para él. El mayordomo nos acompañó a la cámara de huéspedes, la cual se caracterizaba por ser particularmente grande y fría. Kow la utilizaba para guardar sus trofeos y premios, también guardaba discos y vinilos clásicos de toda clase de autores. Los Grammy que conquistó tenían casi la misma belleza que el primer día, pero no estaban bien cuidados, sino que, puestos en una caja común y corriente, parecían olvidados y llenos de polvo. Principalmente eran premios del “Grammy Award for Best Classical Contemporary Composition”, Kow se había consagrado en casi todas las variantes dentro del género de música clásica. Era interesante, porque para él ser ganador era algo sencillamente irrelevante; asistía a la entrega de premios por su fiel respeto hacia la música.



Al día siguiente, nos levantamos a desayunar. El aroma a café negro recién hecho por la mañana era energizarte, también nos ofreció unos pequeños bombones de chocolate y frutilla, muy sabrosos. Kow se sentó frente a mí vestido en bata y con los brazos cruzados. Me miró fijamente esperando a que Sam o yo le dijéramos algo ingenioso; un plan maquiavélico para “reparar” su falta de pasión. Entonces decidí interceptarlo con la idea que ayer nos habíamos formado.

- Bien, iré directo al grano –dije mientras me frotaba la comisura con un pañuelo–. ¿Por qué tocabas el piano?

Kow me miró extrañado, como si le hubiera preguntado algo tan básico como simple de responder.
- Es obvio, yo tocaba para...

- Piense la respuesta, con cuidado- interrumpió Sam.

Mientras Kow debatía internamente, se tomó su taza de café a tal velocidad que hasta se quemó la lengua. Sam y yo nos reímos, tímida y silenciosamente, no obstante, atentos y expectantes por su respuesta.

- Nunca lo había pensado –determinó Kow.

- Claro que sí, y sin duda es un buen momento para que lo recuerdes.

- No quiero –dijo Kow mientras su respiración se agitaba.

- Debes hacerlo. ¡Debes recordar por qué eres pianista!

- No quiero pensar en la música –dijo Kow mientras se tomaba la cabeza-, no quiero pensar en el piano, menos aún en las partituras.

- ¡Pero debe hacerlo, Frederick! –gritó Sam.

- Quiero que desaparezcan, ¡QUIERO QUE DESAPAREZCAN!

Kow golpeó la mesa y se refregó el rostro. Los bombones cayeron al suelo, pero ninguno de los tres reaccionó. Nos mantuvimos en silencio, reflexionando sobre lo acontecido. ¿Qué era lo que detenía a Kow? ¿Por qué esa necesidad de que desaparezca la música?

Podía intentar olvidarla, podía vivir en la fantasía de su inexistencia, de que desaparecería de su vida, pero estaba equivocado: volvería hacia él, de una forma u otra; sea por mí, por Sam, o por el mismo.
- Tienes que responderla, Kow. Aunque te duela.

- ¿Por qué me hacen esto? ¿Acaso les gusta verme sufrir?

- Te estás destruyendo.

- La música me está destruyendo.

- No, eres tú.

- Vamos, chicos. Saben que no es así. Fue una bonita relación, lo sé, pero ha terminado, y así debía ser. No la necesito.

- ¿Por qué le tienes tanto miedo? Dímelo.

- Definitivamente fue mala idea permitirles quedarse en casa.

Kow bajó lentamente su mirada, lamentándose –desacertadamente– por la decisión que tomó ayer. Se mantenía levemente encorvado, tenso y frágil. También melancólico; perdido aún por la partida de su amada; sin duda, para él, no había otro camino que el de la escapatoria. El inevitable sufrimiento que le acontecía generó una frialdad ubicua en la mansión, también, un intenso temor por enfrentarse a la realidad. No pude soportarlo más. Entonces me decidí, debía hacerlo, justo como habíamos planeado. Me levanté y le hice una seña a Sam, le pedí a Kow que nos siguiera. Nos dirigimos a su mausoleo de la música. Dentro nos esperaba su mayordomo con el vinilo que le había solicitado.

- ¿Sabes qué es esto? –le pregunté a Kow mientras tomaba el vinilo.

- El Concierto para Piano n.º 21 de Mozart… -respondió.

- Así es, tu favorita. Ahora la escucharás.

- Me niego rotundamente –dijo mientras apretaba sus puños-. Me iré de aquí.

Kow volteó, se acercó a la puerta e intento abrirla: estaba cerrada. El mayordomo había cumplido su parte del trato. Y todo estaba listo para que el volviera a la música, y nadie –ni siquiera él mismo– podría detenerlo.

-  Alexander, ¡ábreme la puerta! –gritó Kow furioso.

Nos miró con temor. Su rostro se había arrugado, sus frías manos golpeaban la puerta sin cesar gritando el nombre de su mayordomo, las gotas de sudor comenzaban a plasmarse. No había salida para él. Sanaríamos su agobio por la música, y evitaríamos su caos con el piano de una forma u otra, sufriría, sin duda, pero lo volvería un hombre mucho más fuerte. ¿Qué era para Frederick Kow la música? ¿Qué era para Frederick Kow el amor? ¿Qué era para Frederick Kow… el piano? Considero, un amor de puro fuego, que ahora se mantenía tenue y solitario, y que debía ser reavivado. Ya era hora de que dejara de ser un pobre perrito callejero.

- ¡Alexander! ¡Ven ahora mismo! –continuó.

- Reaccione, ¡Frederick Kow! –gritó Sam.

- Chicos, por favor, -dijo mientras juntaba las manos- esto es mala idea. No me hagan escuchar, dejen que me vaya, ¡por favor!

No contestamos, sino que reafirmé lo que ocurriría a continuación:

- De esto te has perdido los últimos dos años.

Preparé el gramófono, coloqué el vinilo con delicadeza y acerqué levemente la aguja.

- Tres… dos… uno.

Cuando escuchó el primer motivo, Kow cayó despavorido al suelo. Su mirada se dirigía a cada esquina de la habitación, donde la música y los instrumentos clásicos se plasmaban por doquier. Se tapó los oídos, en un intento absurdo de evitar lo inevitable.

Muy lentamente, y mientras Mozart nos deleitaba, su respiración agitada fue decayendo. Sus ojos se fueron entrecerrando mientras la música fluía luego de tanto tiempo por su sangre. Y al cabo de unos minutos, Frederick Kow estaba moviendo sus manos como si fuera él quien estuviese tocando. Una pequeña sonrisa se fue perfilando poco a poco en su rostro. Ni la tristeza permanente de Kow, ni el fuerte diluvio que acontecía Rosberry lo expulsaban de esta situación; todo se había vuelto colorido, y había tomado vida una vez más. Entró en la música, se había perdido en ese maravilloso mundo y lo estaba disfrutando, como si fuera la primera vez.

Pero al llegar casi al final, Kow se detuvo. Abrió los ojos y levantó su mano izquierda. Y esa sensación de frialdad volvió a nacer en mí… toda la belleza que la música plasmaba se cortó de forma estrepitosa, justo después de presenciar el rostro de Frederick Kow. Volvió a estar desconcertado, inerte, roto... Encorvó levemente sus dedos, y miró su palma. Toda esa armonía, se quebró.

- ¡AHHHHHHHHHHHHHH!

Entró en desesperación, tomó con ímpetu su muñeca izquierda y se colocó en posición fetal. Sus gritos eran despavoridos y desgarradores, su expresión se tornó blanquecina, y Frederick Kow se asimilaba más a un muerto en vida, estaba asustado, y más roto que nunca.

- ¡Detenla, Sam! –grité.

- ¡Sí!

Sam detuvo el gramófono, y Kow se calmó, pero aún se mantenía deteriorado por la situación.

- ¿Está bien, Frederick? –preguntó Sam.

- No –respondió temblando–, no lo estoy.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Tomaba mi mano.

- ¿Quién?

Como si acabara de descubrir una composición imposible, respondió:

- Nadine.



-FIN DE LA PARTE 2-

domingo, 21 de julio de 2019

¿Una carta para el demonio?


Para ti,                    :

Has nacido desde la cumbre de la felicidad, como el contraste hostil que siempre deseaste ser. Y te has vuelto fuerte demasiado rápido, tan rápido que pensé que me absorberías. La primera vez tuve miedo de ti, me incentivabas constantemente a perderme, buscabas que odiara lo que más amo en la vida, buscabas que odiara el mundo,pero principalmente, buscabas que me odiara a mí mismo. Y me cubrí con mis manos cálidas y humanas, y endurecí mis ojos porque no quería ver, quería escapar, constantemente.

Y temí de ti. Tanto temí que entré casi al instante en un laberinto oscuro y enorme, con una cantidad absurda de caminos que parecían no tener salida, y comencé a dudar de mi propia existencia, a dudar de mi pasión y de mi emoción, a dudar de mi vida… a dudar del todo.

Pero tengo algo interesante para decirte, algo que – espero –  no te hará daño, porque aunque no lo creas, aunque sea difícil de entenderlo, eres sin duda alguna parte de mí.

Es por eso que ya no lucharé contra ti, la verdad es que no tengo necesidad alguna de hacerlo. Eres yo, y yo soy tú, y qué mejor medicamento para curar nuestro dolor será el darte un poco de mi amor. Sé que duele, sé que duele muchísimo, pero estoy aquí, y no me iré a ninguna parte. Y no es una broma, quiero que seamos una familia, quiero que nos entendamos y resolvamos nuestras diferencias; no eres alguien hostil, no eres malvado, no eres una penuria, y no eres una piedra en el camino.

Eras un incomprendido, eras alguien que parecía completamente ajeno a mí. Te descuidé, muchísimo más de todo lo que tú has hecho por mí hasta ahora. Fui demasiado cruel al haberte querido apartar de mi vida, porque debo aceptarte, porque es tu lugar, porque debes estar. Sin ti nada tendría sentido, nada sería un reto o un problema a superar, es por eso que entiendo por qué has nacido, y es por eso que entiendo el por qué has querido tanto de mi atención. Si las llamas no me hubieran abrazado, si no me hubiera quemado por la putrefacción y la muerte, yo no te comprendería. Me has hecho crecer, me has hecho mejorarme y gracias a ti he aprendido sobre la vida. Ya no necesito cubrirme con mis garras peludas y gruesas, ni mis cuernos señalarán el corazón de la tormenta, porque todo estará bien. Somos uno. Recorramos este camino, juntos.

Ya no te temo. Ya no eres un                    . Te daré mi cariño y empezaré a cuidar de ti. Gracias por todo.

Te manda un abrazo: Tu otro yo.

miércoles, 17 de julio de 2019

Cuento: El pianista - parte 1 -.

El pianista es un cuento largo dividido en varias partes, que sera publicado -a medida de lo posible- de forma semanal. Estaría agradecido que me dejaras tu reseña/feedback/comentario aquí en mi blog, o en mi instagram: @nicomicha_

Sin mas dilación, comencemos:

"La música es un estallido del alma." (Frederick Delius)



El pianista.
-Parte 1-

En el ínterin de una noche, en pleno invierno gris y en el casi abrumador cambio de milenio, había transitado junto a Sam la solida pero perdida calle de Rosberry, la cual recordábamos con plenitud por la abundante cantidad de veces que la habíamos recorrido, hipnotizados eternamente por las melodías que provenían del final de la vía, justo donde se ubicaba la mansión del extravagante pianista Frederick Kow, que había abierto con su magia hasta el corazón más oscuro e inalcanzable.

Pero la eternidad es engañosa. El ahora silencio crudo y absoluto de Rosberry enmarcaba una crisis imponente en la vida de Kow.

No sé qué ocurrió, pero cuando eche un vistazo a la mansión de Kow, noté que emanaba una frigidez constante de la cual yo no estaba familiarizado. Algo se había apoderado de mí ser; me había quedado completamente paralizado, a pesar del exceso de vida y belleza que rodeaba la mansión, la frialdad absorbió mi corazón, como si el vacío puro y existencial fuera contagioso, como si la mansión de tres pisos de perfecto blanco bordeada de oro solido, no significara nada, y sentir como si estuviera completamente fuera de lugar, como si algo, claramente, no perteneciera a allí.

Habíamos sido invitados a pasar la noche. Entonces proyectamos la fantasía adolescente de deleitarnos por las composiciones musicales del gran Frederick Kow, sobre lo cual sin duda deliberamos inequívocamente. La súbita y repentina partida hacia el más allá de la señorita Nadine era desde luego un hecho sustancial que estimuló la desaparición de Kow en el mundo contemporáneo. Su evidente aislamiento aterrorizó a los medios de comunicación por más de una temporada. Ni siquiera Sam o yo teníamos permitido verlo. Constantemente negaba, de la forma más cruda y directa posible, cualquier intento de visitarlo.

Hacía exactamente tres días, en vísperas de navidad y en familia, recibimos la inesperada visita de un hombre de eminente altura, dotado de un portaje elegante y con un largo pero fino bigote. No tardó en quitarse su sombrero de copa alta para reverenciarse frente a nosotros. Con este gesto cordial pero impregnado de maciza melancolía, nos entregó un sobre cerrado con el remitente de Frederick Kow.

No fue hasta una hora más tarde, cuando el momento del descanso había llegado para mis niños, que pude descubrir el intrigante contenido del sobre. La carta tenía fecha de hacía seis meses, e iba dirigida a mí y a Sam. El espíritu depresivo de Kow se plasmaba en la caligrafía. Las manchas justo debajo de su firma generaban en ambos escalofríos continuos; acabamos reflexionando, luego de horas de mirar el contenido del manuscrito, que las manchas eran las lágrimas de Kow.


Querido Sam. Querido Max.
Me encuentro perdido, sin esperanza y muy desorientado. Solo veo oscuridad por todas partes.
Agradecería su visita.
Los veré en Rosberry, quédense la noche a beber como en los viejos tiempos.
Atte. Frederick Kow.


Aun en mi parálisis, opté por buscar la lógica de mi violenta sensación de vacío puro, era extraño, porque todo se veía, sin duda, como algo plausible y perfecto. Los árboles ornamentales de hojas rojas, verdes y amarillas rodeaban toda la calle de Rosberry; unas bellas orquídeas violetas rompían la estructura y simetría, y todo apuntaba justo al final de la vía, donde la entrada a la casa era de cancelas de perfecta armonía,con estructura victoriana y de un oro macizo y brillante, y donde cualquiera –a excepción de mí y de Sam– estaría retorciéndose de placer por semejante imagen. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué siento esa sensacion de incertidumbre?

Sin terminar aún mi reflexión, el estado de trance al cual entré se cortó repentinamente, el hombre de portaje elegante que nos entregó la carta de Kow me despertó de un sueño que parecía no tener fin, esta vez se presentó sin escrúpulos como su mayordomo.

Luego de la presentación, recorrimos el corto camino restante hacia la mansión, el mayordomo se encargó de abrir la puerta mientras un leve aroma dulce y frutal provenía desde el interior de la casa. Al entrar, la nostalgia me absorbió. Recordé tiempos pasados que –creíamos nosotros- eran mucho mejores que los actuales. Y fue en ese instante en el que miré la escalera caracol y pude ver desde debajo a Kow, inmovilizado, con una expresión que, a ciencia cierta, atemorizaría a cualquiera, y fue gracias a esto que entendí el porqué sentía que algo estaba fuera de lugar. Faltaba el último detalle y el más importante: la música. Las sonatas de música clásica que deleitaban nuestros oídos, o las composiciones llenas de alegría y felicidad que tocaba Kow, se tornaron en un silencio penetrante y asfixiante, que quebrajaba lentamente mis recuerdos y fantasías, colocándome en un limbo que me hacia debatir entre querer volver al pasado o querer reparar el futuro.

Kow bajó lentamente por las escaleras, su mirada se perdía mientras sus frágiles dedos tocaban la baranda de roble macizo, levemente encorvado y con sus ojos entrecerrados, Kow posó frente a nosotros. Estaba claramente desmejorado; se estaba quedando calvo y había ganado más arrugas de las que uno podría pensar. Olía mal, como si no se bañara desde hacía varios días; sus uñas largas y su vestimenta de entrecasa me daban a entender que nuestra visita fue completamente inesperada.

Con una leve sonrisa y posando su mano izquierda detrás de su cabeza, Kow nos saludó. Emanaba una melancolía inerte, y que transmitía, además, una recata incomodidad. Cordialmente nos ordenó pasar al living, pidiéndole al mayordomo que nos abasteciera de algo para beber y nos llevara al salón. Cerró con un “si me disculpan”, para proceder al aseo y presentarse debidamente ante nosotros.

Las luces amarillas del espacioso salón y los muebles de madera con toques floreados combinaban a la perfección con una antigua araña colgante de cristal, que emanaba una belleza y una claridad asombrosa. Una hora más tarde, luego de disfrutar de un vino añejo de los años treinta, Kow, ya perfumado, bañado y con una camisa verde opaco, se perfiló frente a nosotros para darnos, ahora sí, un abrazo de bienvenida. El primero en recibirlo fue Sam, pude notar la felicidad en su rostro por abrazar a su amigo luego de tanto tiempo, cuando fue mi turno me sentí ferozmente extrañado. Kow me estaba imbuyendo su interior, como si estuviese esperando el socorro desde hace muchísimo tiempo, como si estuviese gritando pedidos de auxilio internos, y que este abrazo –reflexioné-, era un descargo de una opresión constante que vivía día tras día.

 -¿En qué puedo ayudarlos, caballeros? –preguntó Kow.

- Recibimos su carta –contestó Sam-. Estamos aquí para ayudarlo, Frederick.

- ¿A qué carta se refieren?

- A esta misma –contesté mientras le entregaba el sobre.

Kow miró la carta y expresó rabia, cerró con fuerza su puño mientras miraba fijamente al mayordomo, el cual estaba justo detrás de nosotros.

Luego de una espera un tanto larga; de unos dos minutos de absurdo silencio, Kow se giró e hizo un gesto para que lo siguiéramos a su mausoleo de la música. Nos demandó que los hechos que acontecerían ahora deberían ser privados, y que no debían salir de esta mansión bajo ninguna circunstancia.

El salón pertenecía a tiempos pasados, los instrumentos armónicos y clásicos de orquesta estaban dispersos pero ordenados por todo el mausoleo, los cuadernos repletos de partituras estaban apilados en estanterías, ordenados a la perfección de la A a la Z. Y justo en el centro, donde el foco de luz roja apuntaba a la estrella de la noche, estaba su piano de cola; su primer piano de cola, heredado directamente de su difunto padre. El que cuidó durante décadas y el que se mantuvo a su lado, el cual lo vio crecer en todos los sentidos posibles, exactamente como… ella. Kow tomó su banqueta y se sentó. Irguió su espalda y extendió sus brazos, listo para tocar. Y la emoción en mí volvió a nacer, y la nostalgia volvió a actuar, y recordé precisamente los momentos donde Kow expulsaba fuego interno, siempre junto a Nadine, siempre haciéndola sonreír indefectiblemente de la situación. Incluso cuando la madre de Nadine falleció, Kow tocó para su esposa, y gracias a él, ella pudo despedirla. Gran parte del día, cuando el no componía, Nadine se recostaba en la caja del piano y disfrutaba por horas de la pura pasión que él derrochaba, haciéndola volar hacia un mundo de sentimientos y sensaciones.

Pero esta vez nada ocurrió, solo silencio. Durante cinco minutos tensos de vacio absoluto, sus dedos se quedaron en la misma posición. Y los temblores comenzaron a evidenciarse, las gotas de sudor frías y tristes se plasmaron, y del rostro de Kow emergieron represión, depresión y un mal augurio. Y nada quedaba ya de aquel derroche de pasión que en el pasado emanaba de él, solo silencio, un silencio falto de sangre.

Sam y yo nos quedamos impactados, no sabíamos qué hacer ante semejante situación, era la primera vez que nos encontrábamos en una situación así en sus treinta años de carrera, jamás nada parecido.

Kow se llevo la mano a su boca, reteniendo las ganas de vomitar, para luego culminar:

-Yo… ya no puedo tocar más. He… perdido la pasión por la música. 

-FIN DE LA PARTE 1-

Para leer la parte 2, ingresá a este link:
https://destino-literario.blogspot.com/2019/07/cuento-el-pianista-parte-2.html

martes, 9 de julio de 2019

Cuento: Fuego interno.


Como primera publicación de mi blog, les traigo el cuento “Fuego interno”. Doy unas pequeñas pistas a modo de guía:

- Se recomienda más de una lectura.

- Este cuento es un rompecabezas. El desarrollo de los acontecimientos están mezclados.

- Cada palabra tiene peso en la historia.

Agradecería en caso de ser posible, si compartieras en comentarios o en mi instagram @nicomicha_ una reseña, observación o comentario.  Sin más dilación, comencemos:

"Jamás hay que dejar apagar el fuego de tu alma, sino avivarlo.(Vincent Van Gogh)


Fuego interno.


Carne roja, humeante. De ella se desprenden vidrios rotos, internos y antiguos. Lo que una vez me generó ardor, vehemencia y pasión, hoy, con cada sol que se esconde, me recuerda mi cruda realidad: una maldición.
Mis dedos se transfiguraban como brasas mutando en cenizas. Las ascuas calcinaban mis palmas, rematando un desgraciado y consumido rumbo que anhelaba recorrer. La inexcusable verdad golpeaba mi puerta, rugiendo sin respiro y sin quietud.
Mi vaporoso e ígneo interior podría disipar centenares de mares sin extinguirse, haciendo caso omiso a mi cruel y dictaminado camino. Diluvios, cataclismos y guerras no le quitaban el deber de seguir intentando despertar.
En sus relucientes tronos, rodeados de oro y facilidades, ellos nos crearon. A veces pienso en qué se les pasó por la cabeza. Como una estrella fugaz, aparecimos. Caímos desnudos a la tierra, sin propósito ni desdén. Nos miraron, probablemente se tapaban la boca mientras se reían a carcajadas de nuestro frío y delirante destino. Al parecer y muy inocentemente, uno de ellos pensó en nosotros. Entonces un rayo cayó y desde nuestro interior brotó carmesí, quizás, la última pieza del rompecabezas. Refulgió existencia, ¿verdad? O acaso…
Trazado en tiempos vacíos y como una centella celestial, mi resplandor escarlata floreció. Un decreto divino me brindó, digno de tal protagonista: un talento innato. Mi sangre emanaba la llamarada pasión. Con intensidad hilos se entrelazaron. Abrazaron con cariño la llama interna que se me había impregnado: la llama de un escritor. Mis dedos trazaban cada letra que nacía de mis entrañas, cada palabra ardía en el papel dejando trazos de fuego interno. Mis pulmones expulsaban virtuosos aires de ambición, satisfacción y bienestar.
Veía a lo lejos y con claridad un deslumbrante e inestimable destino por transitar. Creía tener el control de cada centímetro de mis carnes. Mi razón de respirar, de tocar y de sentir. De llegar a miles de ojos, ser maestro, ser mentor… ser todo.
Pero ellos tenían otros planes para mí. Y como un atisbo disfrazado de azar, mi momento llegó. Me torné un ser imperfecto, incompleto. Mi sueño y razón de vivir se truncó, enlazado, al destino de mi escarlata. Entonces deduje lo infame que él fue cuando nos dotó de nuestro rojo e intenso carmesí. Una maldición camuflada de inocencia.
Con mis ojos la contemplé: quebrada, envejecida, casi tenue. Pedía a gritos un poco de amor y calidez. Determiné su final. Abandoné así el camino de mi desafortunado y desangrado destino.
Las agujas del reloj giraban sin cesar. Observaba las llamas forasteras. Algunas rápidamente frágiles y débiles, otras, lentamente astutas y fuertes. Ninguna se sentía como la mía, muerta y quebrada.
El tiempo se dispersó. Mi conciencia se esfumó a un segundo plano de inexistencia, de agonía y de tristeza. Hubiera sido más sincero rendirme y bañarme en mi melancolía.
Pero al parecer sus designios no habían terminado. Me ofrecieron algo, y todo cambió.
Las sombras vivas que se reflejaban en el vasto camino de la realidad desaparecieron, todas, a excepción de la mía. Me convertí en el único ser humano de la tierra.
Los vientos soplaban en la ruin y solitaria existencia. Las maravillas arquitectónicas humanas envejecían y se caían como escombros, denotando la falta de vida que circulaba por los lares. Pero… nada de eso importaba, al fin, estaba completo otra vez.
En la máxima soledad me reí del curioso destino que ellos me habían deparado.
Pequé de ingenuo. Cada segundo y cada minuto mi llama había estado ahí, empujando para despertar otra vez. La miré, tan roja, tan intensa, tan bella, tan viva… Entonces la abrace y mi carmesí volvió a crecer.
Llegó un punto en el que ya no aguanté más. Mi pecho dolía tan fuerte como lo quemante de mi fuego interno, pero yo estaba solo, completamente solo. Nadie podía leer sobre mis aventuras y odiseas, sobre mi ficción y mi creación, sobre mí, sobre mi mundo.
Me postré ante el cielo y oré. Imploré, con rugidos internos, que parara de quemar. Nunca me atendieron. El ardor nunca se detuvo.
Y aquí me encuentro, transitando el abollado camino que me fue predestinado.
En mis días de luto carmesí, recibí, como un rayo enceguecedor, un dispositivo con una carta:

Tienes dos opciones.
Si presionas el botón: recuperarás tus manos.
Pero a costa de un gran precio.
Si no, puedes cerrar la caja y tirarla a la basura.
Puedes olvidarlo para siempre.
Igualmente, ese nunca fue tu destino.
Y aunque aprietes el botón, nunca lo será.
Que tengas suerte.
Atte. Sr.X”

Cuento: Aspecto alejado de la Muerte.

El breve cuento de “El gesto de la Muerte” ha encontrado a los largo de los siglos numerosas versiones -la más difundida sea quizá la de J...